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Florerías

El mito cuenta que la razón por la cual las florerías de Buenos Aires se encuentran abiertas las 24 horas es porque venden drogas.

A mí no me interesa tanto saber si es verdad o no. Solo me fascina la obsesión que tiene el ser humano por descubrir el lado oscuro de todo. Esa pulsión de muerte por encontrar la sombra del comercio poético, el truco del mago, el reverso a la fantasía. Como si quisiera que la ilusión trastabille y la utopía se derrumbe.

Los que trabajan ahí desmienten el rumor. Explican que los puestos son muy chicos y todo lo que tienen no entra. “Es un quilombo guardarlas y se pueden arruinar”, me grita José desde atrás de las margaritas. “Preferible tener un sereno que las cuide toda la noche”.

Los transeúntes nos escuchan descreídos.

“Pará, pará, pará”, los imagino respondiendo. “¿Vos me estás diciendo que un martes a las 4.15 de la mañana alguien tiene una necesidad imperiosa de acercarse a uno de estos puestos, elegir un ramo y desaparecer en la oscuridad? Nah, debe ser mentira. Algo raro hay ahí”.

Las preguntas se extienden como enredaderas. Porque así de ambiciosa es la vacilación del escéptico: No alcanza con cuestionar los horarios de estos lugares, sino también su razón de existir.

“¿Vos me estás diciendo que la gente sigue comprando flores? ¿Que el símbolo no perdió fuerza con el paso del tiempo?»

«¿Vos me estás diciendo que hoy en día alguien vive de vender fantasías? ¿Que desde que Miley Cyrus declaró que ella se las puede comprar sola, las ventas se dispararon?»

«¿Que en pleno siglo 21, al borde de ser conquistados por inteligencia artificial y presos del algoritmo, en un mundo capitalizado por pedidos por internet y envíos a toda hora, el porteño se declara libre y acomplejado, camina a pie por la avenida, compra un puñado de pétalos y vuelve a casa contento?»

No logran entenderlo, los vuelve locos. La planta se marchita en unos días, no existen motivos para adquirirla. Les molesta admitir que la poesía no está muerta, sigue viva y lo seguirá hasta que el último puesto de la calle menos transitada apague su luz.

Pero si ya no fuese leyenda y se descubriera la verdad, si mañana el diario más importante del país saliera a publicar que, tras una larga investigación, hallaron que estas tiendas no son más que una vidriera para la venta de estupefacientes que atraen a aquellos que divagan en las madrugadas, antros disfrazados de romanticismo, seguramente ellos fruncirían el ceño, reprobarían con la mirada y desconfiados exclamarían: «Mentira, ahí lo único que venden son flores».

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