Carta a una extraña
¡Hola!
Cuánto tiempo sin charlar. ¿Cómo estás? ¿Cómo viene todo por ahí? Hoy fue un domingo de sol y me acordé de vos. Muchas cosas pasaron desde la última vez que nos vimos así que voy a intentar ponerte al día.
Hace poco me mudé sola. Es un departamento chiquito pero acogedor, en un barrio tranquilo. Tiene pisos de madera en los que nos gusta andar descalzas y grandes ventanas, desde las que podemos espiar algunos árboles y retazos de vidas ajenas. Todavía no hay mesa ni sillón, sólo una cama, un escritorio, libros y una taza de té siempre enfriándose en algún rincón. Desde el primer instante se sintió nuestro.
Me desperté temprano. La luz no se filtraba tímidamente entre las cortinas del cuarto, inundaba todo con su brillo. Afuera hacía frío pero el cielo estaba despejado y sereno como un lienzo blanco que permanece tranquilo antes de las primeras pinceladas.
Me puse un buzo grande y abrigado de esos que te envuelven en un abrazo y caminé en silencio a la cocina. Abrí un estante, saqué café molido, vertí los granos en una pequeña volturno, prendí el fuego y esperé a que el agua entrara en ebullición. Tomé un cuchillo, corté el pan, lo puse a tostar y esperé a que cada rodaja se torne dorada. Lavé las copas que quedaron de la noche anterior, las sequé con cuidado y esperé. El tiempo pasaba despacio y no tenía ninguna intención de apurarlo.
De lejos se podía escuchar el sonido de los pájaros, algunos chicos a lo lejos jugando a la pelota y un rociador dispersando agua en el jardín de al lado. Pistacho se paseó entre mis piernas haciendo un elocuente zigzag mientras ronroneaba, sus bigotes me rozaron la piel haciéndome cosquillas. Me incliné lentamente a agarrarlo, lo levanté, lo acerqué a mi rostro con ternura, froté su mejilla contra la mía y por un breve instante nos fundimos en un alquimia de amor felino.
El vapor empezó a brotar, apagué el fuego. Serví el café en un gran tazón y las tostadas en un plato que le hacía juego. Llevé todo al living y lo apoyé arriba de una caja de cartón. El banquete estaba listo.
Busqué una manta, la estiré en el piso, me senté sobre ella y le dí un sorbo a mi café. En un salto sagaz, Pistacho se subió con destreza a mi mesa inestable e improvisada para observarme con aires de superioridad.
Abrí el libro y busqué la parte en la que estaba antes de quedarme dormida. Subrayé las frases que me gustaban, redondeé los términos que desconocía y cuando nada de eso alcanzó, garabateé los márgenes haciendo dibujos que solo nosotras podríamos entender.
Terminé el capítulo y levanté la vista. El olor a pan caliente sobrevoló el ambiente. Respiré hondo y tardé un instante en absorber el momento.
De repente me invadieron unas terribles ganas de escribir. Me levanté, salí disparada al cuarto y Pistacho me siguió detrás desconcertado pero fiel a mi impulso. Tomé del escritorio mi pequeño cuaderno, lo abrí y volqué pensamientos bruscamente en el papel. Las palabras fluían involuntariamente, un estornudo verbal, corrí detrás de las ideas intentando atraparlas pero iban y venían, se acercaban y retrocedían, como olas estrellándose contra un acantilado. Había un pulso y un latir, las sensaciones me traspasaban, desbordaban, salpicaban y me excedían, y yo vibraba a su compás.
Mi mano estaba absolutamente tomada, cuanto más expulsaba menos cargaba dentro, mis pies despebagaban del suelo y empecé a flotar. Cada oración que trazaba daba lugar a nuevos significados y les seguí el juego, fluí con ellos y me entregué al misterio sabiendo en el fondo que pronto se iba a acabar, que ahí radicaba su magia, en su fragilidad.
No sabía cómo ni por qué llegaba la chispa, solo sabía que era una puerta por donde pasaba el deseo, una vía de escape para todo lo que buscaba manifestar. Acaricié la melodía, le di cuerpo, tomó vuelo y antes de que pudiera despedirme se fue. Se esfumó, ya no estaba. Desapareció como un atardecer, entregándose al olvido de la noche después de haber explotado en miles de colores, manifestando toda su intensidad. Solo quedó el silencio.
Desde que estamos acá esto nos pasa seguido: Breves epifanías de emociones nos asaltan en medio del día, como un rayo de electricidad, y dejamos todo lo que estamos haciendo para darle lugar. Como si hubiéramos estado adormecidas por un tiempo, encerradas en nuestra propia crisálida, pero despertamos y ya no hay vuelta atrás.
Le di un último mordisco a la tostada antes de llevar todo de vuelta a la cocina. Me vestí, agarré mis auriculares y salí a caminar. Afuera el sol brillaba y supe que tenía todo el día por delante.
Tomé la avenida, estaba más fresco de lo que parecía, cerré mi campera, crucé a la vereda de enfrente escapándole a la sombra. Un padre le enseñaba a su hija a andar en bicicleta. Dos jóvenes iban tomados de la mano, envueltos como muñecos de nieve en bufandas. Una señora observaba con cierta nostalgia a los ciclistas pasear.
Busqué entre las playlists, empezó a sonar Florence + The Machine y aceleré mi paso para entrar en calor. Di algunas vueltas, aproveché para comprar flores y volví a casa.
Abrí el armario, revisé entre mis cosas y saqué del armario una caja pesada. La apoyé en la cama, me senté, busqué entre las fotos y entonces te encontré, me encontré. Tenías un enterito celeste de flores, de esos que a mamá le gustaba ponernos, medias ¾ , zapatillas blancas, un moño corrido de eje, los ojos achinados y una sonrisa que revelaba que habías sido cómplice de alguna travesura. Me detuve a mirarte, me devolviste la mirada y el corazón me dio un vuelco.
Quiero que sepas que no me olvidé de vos, te pienso seguido últimamente. Estuve un tiempo lejos buscando respuestas. Tomé lo que pude, huí del incendio, crecí de repente. No miré hacia atrás, corrí a toda velocidad lo más lejos que pude y en el camino te perdí.
Quiero que sepas que tu mundo de cristal se va a romper y aunque intentes no lo vas a poder arreglar. Las cosas se derrumban una y otra vez, como un castillo de cartas y es en vano intentar ponerlo de pie.
Vas a necesitar perder aquello en lo que hoy creés, desarmarte, cambiar la narrativa, levantarte y andar. Te va a costar recuperar la ilusión, vas a buscarla en compañeros y escenarios equivocados. No te preocupes, la vas a volver a encontrar.
Quiero que sepas que tu hermano va a estar a tu lado incluso en las peores tormentas, pero a veces se cansa de ser refugio y necesita dejarse cuidar. Que mamá y papá te van a enseñar todo sobre el amor, especialmente estando separados. Y que la abuela sigue con nosotras, de vez en cuando manda alguna señal.
Quiero que sepas que tus amigos van a seguir siendo tu mejor escondite. Que en el arte vas a encontrar abrigo. Que a la alegría vas a tener que aprender a defenderla. Y que si bien todo te quema o te congela por dentro, hay mucha riqueza en los puntos medios.
Quiero que sepas que podés ser muchas cosas pero no todas al mismo tiempo. Que llega un momento en el que hay que elegir y siempre algo se pierde, pero el resto se expande en direcciones inimaginables. Podés calcular tus decisiones y evaluar cada posible consecuencia, pero al final solo hay lugar para lo que te aúlla adentro.
Quiero que sepas que va a haber gente que va a intentar convencerte una y otra vez que ser auténtica implica repetirte a vos misma, responder a un patrón estático e inmutable con el que naciste, como si la esencia fuera algo que nos condiciona a permanecer inalterables y estuviéramos irremediablemente condenadas a interpretarnos a imagen y semejanza de nosotras mismas.
Te vas a oponer a todo eso, vas a luchar contra cualquier idea que te limite, vas a reclamar todo derecho a ser inquieta, irreverente e inconsistente. Hacés bien. La única forma de saber quién sos es experimentando. No niegues tus contradicciones ni cuestiones tus deseos, estamos llenos de incoherencias. Vos seguí en la tuya. Confiá en tu fueguito.
Quiero que sepas que te vas a encontrar y desencontrar. Vas a aprender muchas cosas del mundo adulto sólo para darte cuenta que al final los de tu edad siempre la tuvieron mucho más clara. Y va a haber tanto por conocer, sentir, hallar. Nunca dudes de tu sensibilidad: es tu superpoder, no tu debilidad.
Por momentos te va a asustar lo rápido que cambia todo en un año. Pero vas a permitir que la incertidumbre te inspire en lugar de asustarte. Lo bueno lo vas a gozar y lo malo lo vas a hacer ficción. No es azar, aprendiste a bailar.
Entonces vas a dejar de correr. A otros brazos, otros dóndes y otros cuándos. Vas a dejar de sentirte atraída por el caos y empezar a encontrar belleza en lo bueno y lo simple.
Y una mañana de agosto, cuando menos te lo esperes, en un lugar que hayas logrado sentir algo parecido a hogar, vas a pensar: “Así que así se sentía la calma”.
Te espero del otro lado. No te apures, no te detengas.
Yo.
PD: No dejes de escribir