Gota de tu tintero

Ella daba vuelta mi taza de té, 

la sacudía varias veces

y exclamaba con elocuencia,

«¡Ai nena, estuviste llorando esta semana!»

No por nada la llamaban «Bruja»:
Sabía leer borras,
metafísica 
y la mirada de mamá cuando estaba embarazada. 

Entre sus trucos contaba con dejarte mensajes escondidos en cada una de sus cartas.

Y escucharnos con atención, en especial cuando éramos niños, 

y todavía creíamos en sus hadas.

Recuerdo escucharla decir que ella hubiera preferido llamarse Rebecca,

que en otra vida había sido hechicera quizás, 

que estamos hechos de polvo de estrellas

y al carajo el qué dirán.


Cada domingo jugaba a la lotería porque sabía que muchas cosas en la vida dependen del azar

y que esta no siempre es justa pero vale la pena apostar.

Fueron los caprichos de esta misma fatalidad los que,

antes de cumplirle el sueño de viajar juntas a París,

me la quitaron en un arrebato fugaz.

Vestía un tapado de leopardo y uñas largas color rubí. 

Tenía una elegancia aristocrática y un suspiro de acordeón. 

Usaba sus palabras de espada y luchaba como intelectual: 

Fumando tabaco y exhalando filosofía, suspicacia y delirio existencial.

Al pasar por una puerta generaba entre todos escándalo y revolución.

Caminar junto a ella me generaba orgullo y devoción. 

¿Quién no quisiera ser nieta de semejante musa e inspiración? 

Era dueña de un pasado del que siempre me intrigaba saber más.

Era poesía y pocos la sabían recitar.

Sus pasos los observo con gracia y admiración.

Pero consejos no me daba. «No sirven para nada», me explicaba.

«Esta es tu historia. Vivirás lo que elijas».

A veces cuando la extraño me preparo un té,

escucho Edith Piaf, abrazo a mi gata 

y como queso con miel. 

Sé que ella baila conmigo al pulso de mi pluma inquieta

y sonríe desde alguna parte porque sabe que soy gota de su tintero 

y entre línea y línea nos volvemos a encontrar.